lunes, 20 de noviembre de 2017

Abuso de autoridad

Cuando poco más de un año atrás Zack Snyder presentaba “Batman vs. Superman: Dawn of Justice” al público masivo, se daba un fenómeno curioso en torno a una de las películas más esperadas por fanáticos, críticos y ocasionales espectadores de este desprendimiento del género fantástico que es el cine de superhéroes. A saber: un porcentaje altísimo no logró digerir la cinta sin caer en la comparación maniqueista del trabajo que Marvel venía realizando para la pantalla grande.

Así las cosas, esta miopía fustigó el trabajo terminado acusándolo de pecados tales como su oscuridad, su violencia, y una furia iracunda e inaudita para una película de superhéroes que se suponía alegre y colorida como el efectivo entretenimiento que la competencia realizaba con notables resultados. De alguna forma y sin quererlo, Marvel hacía pesar su antigüedad en el lucrativo negocio del cine basado en personajes de cómics.

El mercado había hablado y como es obvio, los resultados de estos variopintos pareceres se vieron de inmediato reflejados en las películas que sucedieron el beligerante encontronazo del Hombre de Acero y el Caballero Oscuro en la pantalla grande. Primero, en la insípida “Suicide Squad” (2016) y después, aunque en menor medida, en la estupenda “Wonder Woman” (2017)

Con esas dos producciones DC Comics insinuaba dejar atrás las historias lúgubres y sin espacio para el humor, dando paso a un producto más cercano al gusto del público masivo que de quienes gustábamos de esa sordidez que en un comienzo la editorial pretendió imprimir en su aventura cinematográfica. Con estos antecedentes debemos decir que en “Justice League”, los trazos oscuros del a veces impredecible Zack Snyder quedaron sujetos a factores tendientes a edulcorar su influencia.

Desde el guión de Chris Terrio hasta la oportuna inclusión de Joss Whedon (responsable de Avengers) en la post producción del film, la primera película dedicada al grupo más emblemático de la compañía está atravesado transversalmente por detalles que dan cuenta que la intención fue matizar los contenidos para hacerlos más cercanos a las demandas de ese sector disconforme disperso entre la crítica y el público.

¿El resultado? Es muy bueno aún para quienes disfrutábamos la versión condicionada que tanto escandalizó incautos. Probablemente porque el peso de las individualidades elegidas para encarnar a cada miembro del supergrupo genere por propiedad transitiva una comunión casi simbiótica, lograda por un guión que no se detiene a explicar detalles del origen de cada personaje (para eso estarán sus películas individuales, ya programadas) y que salta sin paracaídas a la acción más trepidante, sostenida con calidad visual y afortunadamente, conservando la estética que DC no ha resignado.

Lo insinuado en los avances deja lugar a la sorpresa gracias a un buen trabajo de edición que permite que Aquaman no sea un rocker hormonado unidimensional (gran trabajo de Jason Momoa) ni Flash apenas un conflictuado joven hiperestimulado. Ambos destacan no solo por su aporte a la vorágine fantástica sino por la dosis humorística que, reclamada, ahora dice presente con estos dos personajes como estandartes. Ezra Miller construye un Flash/Barry Allen alejado de las características conocidas en las viñetas, pero que resulta simpático aún para el seguidor más acérrimo. Por él, transitan a velocidad supersónica la faceta más light de la historia.
Detrás de ellos asoma Ray Fisher con su huraño y circunspecto Cyborg. El joven actor es el encargado de interpretar el personaje que termina por ser no solo el más fiel a los comics, sino el de mayor profundidad dramática, cualidad que bien trabajada puede hacer de su programada película en solitario un verdadero hallazgo.

La trinidad Superman/Batman/Wonder Woman funciona como un engranaje bien aceitado gracias a un Henry Cavill que cada día se parece más al bonachón alienígena todopoderoso, a un Ben Affleck que aporta un toque personalísimo a este Batman posmoderno alejado de la épica que siempre circundó al personaje y a una casi perfecta Gal Gadot, nacida para interpretar a una Wonder Woman de ensueño, de textura humana y fiereza espartana. Un lujo.

La historia se completa con la estética de la invasión extraterrestre en la que se respira el espíritu del universo que supo crear Jack Kirby en a década del 70, con su “Cuarto Mundo” repleto de Parademons y Cajas Madre. Delicias léxicas para cualquier fanático de las historietas clásicas. En el medio, como un tótem, emerge el villano de turno, un Steppenwolf algo flojo de papeles que goza de pocos pergaminos pero que sin embargo cumple en su afán de abrir la historia hacia el camino que llevará directo al malvado que todos esperamos ver: el tirano intergaláctico Darkseid.

“Justice League” se construye así como una muy buena película de acción, que sabe amalgamar el reclamo popular de un sector disconforme sin claudicar totalmente en la idea central que la DC Comics tiene para su cine. El abuso de autoridad de quienes regulan la temperatura del consumo, influye, es cierto, pero no hace mella en la primera incursión en la pantalla grande del que quizás sea el más grande grupo de superhéroes jamás creado.

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