martes, 15 de junio de 2010

Sangre en el pijama

Es cierto -y ha sido demostrado en innumerables oportunidades- que para un director/guionista, meter mano en historias o personajes icónicos puede resultar un fiasco de proporciones. La decisión de rehacer películas como “Halloween”, “Friday the 13th” y ahora “Nightmare on Elm Street”, implica el riesgo de ser destrozados por una crítica y una audiencia que inevitablemente caerá en la enojosa comparación con la cintas originales, esas mismas que representaron el punto de partida para el género “slasher”, creando monstruos que obligaron a más de uno a dormir con la luz prendida durante su infancia.

Y es que más allá de la interminable sucesión de secuelas de dudosa calidad que procedieron a las primeras partes, estos trabajos renovaron los aires del género gracias al pulso de muy buenos directores como John Carpenter o Wes Craven. Asesinos siniestros como Freddy Krueger, Mike Myers o Jason Voorhees, se han convertido en estandartes de un género con muchos seguidores, cuyo ojo avezado no tolerará el mínimo traspié, ni obviará el detalle más ínfimo en lo que a la nueva composición del personaje se refiere.

En esta versión 2010 de Pesadilla, es Jackie Earle Haley (elegido por los propios fanáticos en diferentes encuestas, como el actor ideal para interpretar al psicópata onírico) el encargado de cortar en fetas a los adolescentes acosados por este nuevo Freddy. Un villano que sonríe menos, rictus macabro tan característico en Robert Englund que no sólo lo hace más sombrío, macabro y perverso, sino también lo transforma en una máquina cuyo único combustible es la venganza.

Este Freddy no parece regodearse en el sufrimiento de sus víctimas, con el sadismo tan característico de su anterior interpretación, sino más bien haber trazado una hoja de ruta sangrienta para conseguir una revancha que opera en perjuicio de un personaje otrora mucho más divertido. Los gags de la inolvidable película original, brillan por su ausencia y dejan en su lugar una sucesión de escenas sin demasiadas luces que, paradójicamente, tienen sus puntos más altos cuando recrean -con exactitud carbónica- los mejores pasajes de la cinta de 1985, y cuando recrea a través de muy bien logrados flashbacks el origen del personaje.

Justamente son esas retrospectivas la que nos permiten adentrarnos en la génesis del monstruo, poniendo en la pantalla a un perturbador Freddy Krueger humano. En esa vorágine de abusos infantiles y linchamientos públicos, están las verdaderas escenas de terror de la historia. El monstruo humano que precedió al monstruo sobrenatural es mucho más perturbador, pero lamentablemente, no es eso lo que uno va a buscar. Uno quiere bañarse en sangre y tripas. Sobresaltarse en la butaca para reírse después de que el asesino de turno corte en tiritas a la siempre predecible víctima de la manera más dolorosa e inverosímil posible.

Por eso la remake de Samuel Bayer hace agua. La película no es aburrida, pero tampoco garantiza los buenos momentos de la cinta original. Este Freddy sediento de venganza, con demasiados vericuetos psicológicos (que recuerdan al triste experimento que Rob Zombie hizo con la segunda parte de su versión de Halloween) se aleja demasiado de la concepción que durante los 80 se hizo del personaje, y esa ausencia es notoria.

Uno sale del cine con una perspectiva pesimista para lo que se viene, porque si, la segunda parte ya está en marcha y una interminable sucesión de “pesadillas” promete llegar con esta nueva concepción del asesino del guante con cuchillas. Aunque claro, esperar algo mejor a lo ya visto, pareciera ser un sueño demasiado optimista, si se me permite la ironía.