jueves, 30 de octubre de 2008

Cámara testigo

Tras la buena repercusión de “El Orfanato”, España lanzó al mercado su segunda superproducción de terror del 2008. Apuesta doble, la de invertir tiempo y dinero en un género que en críticas anteriores ya califiqué como bastardeado, y que por lo general no admite términos medios, pudiendo transformarse sin demasiados rodeos en un fracaso rotundo.

Sin embargo, en este caso la jugada resulta exitosa. El binomio Jaume Balagueró y Paco Plaza, estampa en el largometraje una impronta interesante, dando forma a una película entretenida que en ningún momento cae en la tentación de utilizar el Gore más tajante como recurso único, sino que se encuentra repleta de momentos plenos en intensidad y que hasta se permite ciertas licencias que rompen el insoportable molde. La utilización de la cámara en primera persona y la intención de darle a la cinta un tono de falso documental son las dos características estéticas salientes , y las que a fin de cuentas imprimen identidad a la película cuya progresión narrativa posee un orden que tan sólo le suma porotos a un guión correctamente escrito e interpretado.

Un grupo de vecinos se encuentran a mitad de la noche encerrados en su propio edificio y descubren que afuera, el mismo ha sido vallado y sellado por autoridades sanitarias. Pero no sólo ellos se hunden en el pánico al descubrir que fueron encerrados en la vivienda, minutos antes una periodista junto a su camarógrafo ingresaron en el lugar para registrar el trabajo de los bomberos, sin pensar se encontrarían con una historia mucho más interesante e intrincada.

La periodista en cuestión es Manuela Velasco, quien resuelve con solvencia el papel protagónico. La actriz genera un personaje carismático al que no puede reprochársele yerros interpretativos. Los silencios le permiten a la protagonista sacar a relucir sus mejores cualidades expresivas, actuando con sus gestos, y particularmente con sus ojos, sin que estos pasajes del guión le impidan ser la reina del grito de turno, como corresponde.

El resto de los personajes responden a estereotipos que por tales, no dejan de ser atractivos e increíblemente representativos. Desde los bomberos, estoicos por antonomasia, hasta el policía que declama a los cuatro vientos “ser la autoridad” intentando contener un caos que no comprende, pero que procura controlar apuntando su arma contra cualquiera que le lleve la contraria.

Pero lo mejor de todo es que en ningún momento uno sufre la decepcionante sensación de estar viendo una película que ya vio muchas veces antes. Si bien ese tono documentalista recuerda por momentos al “Proyecto Blairwitch” y la estética de los pasajes más horrorosos huelen a un George Romero suavizado, no se puede restarle a la cinta méritos propios.

A fin de cuentas, una película de terror correcta que viene a cubrir los huecos que los previsibles y aburridos largometrajes estadounidenses del 2008 dejaron en el género. Los sustos parecen llegar en los últimos tiempos desde otros continentes, con España como novedosa productora y Japón como musa inspiradora de sosas remakes yankees, cuyas versiones tan sólo invitan a asomar a producciones que excedan los límites carcelarios de Hollywood.

martes, 21 de octubre de 2008

De terror...

Convengamos desde el primer párrafo que el terror es un género bastardeado. No tuvo una época de gloria o algo que se le asemeje, sino que ha sobrevivido a lo largo del tiempo gracias a la aparición esporádica de pequeñas grandes obras maestras gestadas por guionistas y principalmente directores de un talento destacable. Por eso considero que no existe (como muchos sostienen) una época de gloria para el cine de terror. Simplemente creo que el género ha transitado un camino irregular, desde el que surgieron grandes películas e importantes bodrios.

“Los Extraños” fue lanzada al mercado con la pretensión de transformarse en la mejor película de terror del 2008. No obstante, reunía a priori todas las condiciones para ser un soberano desperdicio de tiempo. Fuera de cualquier estilo reconocible, solamente basaba sus promesas en tres personajes no demasiados novedosos, que cuchillo en mano, harían la vida imposible a una joven pareja que llegó a un caserón ubicado en las afueras de la ciudad (donde se escucha el aullar de los lobos y la noche atrae indescriptibles horrores) para pasar allí la noche, luego de que ella, rechazara la romántica propuesta de matrimonio de él.

Así, de cliché en cliché, avanza la película, que con el correr de los minutos se diluye tristemente en la nada. La cinta está repleta de lugares comunes, lo que hace a la trama lineal y absolutamente previsible. El suspenso es anticipado constantemente y el espectador sólo puede atinar a sobresaltarse, como cuando un amigo gracioso nos espera detrás de la puerta para gritarnos por la espalda. Ese recurso frecuente, sumado a una trama lineal y aburrida, llama al bostezo apenas media hora después de los créditos de inicio. El guión resulta tan básico que no permite ninguna segunda lectura, y a quien esto le parezca pretencioso para una cinta de terror, debería repasar películas como Pyscho, Scanners, The Hills Have Eyes o Rosemarys Baby (por no citar clásicos como el Frankenstein de Boris Karloff, y sus maravillosas e interminables metáforas)

Los personajes carecen de cualquier carisma y los enmascarados asesinos son absolutamente indolentes. Su irrupción en la línea argumental no tiene ninguna explicación y al no ser su origen sobrenatural, sólo resta inferir se trata de un grupo de psicópatas muy bien organizados. Su ataque tiene como único motivo flagelar a la pareja porque “estaban en la casa”. Los confusos fundamentos entonces, llaman al espectador a realizar una doble lectura y auto preguntarse qué es lo que pretende el guionista. ¿Acaso castigar a la protagonista por su libertina y amoral decisión de rechazar una propuesta formal de matrimonio?

Las actuaciones son al menos correctas y el rodaje cuenta con cierta virtud simplista. Liv Tyler por momentos parece asustada de verdad y aporta su cuota de belleza habitual, basada en ojos claros y labios gruesos. El actor Scott Speedman no parece haber realizado su papel más iluminado, mientras que los actores enmascarados… bueno, son más bien postes articulados.

En resumen, un largometraje olvidable llamado a engrosar la interminable lista de malas películas de terror y que ni siquiera tiene el mérito de entretener a una audiencia ávida de sangre y sustos.

jueves, 9 de octubre de 2008

Caza de brujas, Inquisición y Santo Oficio en Santiago del Estero

El misterio religioso

“Arderían las piras en la ciudad de Santiago como un símbolo de la purificación de las costumbres, pero el gobernador sería considerado como uno de los más crueles representantes de aquellas épocas bárbaras, de tormentos, de Inquisición y Santo Oficio”.

Orestes Di Lullo, del libro Santiago de Estero: Noble y leal ciudad


¿Cuáles son los misterios ocultos detrás de años de historia santiagueña? Esta tierra antiquísima, también fue el escenario de etapas cosmopolitas cuyos momentos claves se recuerdan a kilómetros de distancia, difusos, casi ajenos. La conformación de este suelo caminó al unísono con momentos históricos cuyo conocimiento es general, tangencial, pero que ocultan circunstancias acaecidas en puntos de la ciudad que transitamos a diario, y que son testigos silenciosos de centurias enteras.

El siguiente artículo pretende pararse en una etapa histórica comprendida por los siglos XV al XVII. Dejemos libre la quimera, y permitámonos creer que unas meras líneas bastarán para viajar en ese marco de tiempo, omitiendo los detalles claro, pero procurando generar imágenes de un Santiago pretérito, añejo y particularmente cruel y despiadado.

La Congregación para la Doctrina de la Fe (o Santo Oficio, o meramente Inquisición) fue un sistema impulsado e implementado por la Iglesia Católica durante el medioevo. La intención primaria –y con esta aseveración no se pretende destacar minuciosamente su accionar- era erradicar de las sociedades cualquier corriente de pensamiento que difiriese de la inherente a la grey católica. Así, protestantes, cristianos nuevos o conversos, científicos, pensadores y más adelante cualquier persona que evidenciara ideas demasiado progresistas (principalmente si se trataba de nociones importadas de Inglaterra, donde tenían un tinte netamente liberal) eran rápidamente juzgados por un tribunal que actuaba célere y qué avalaba métodos como la tortura para indagar o castigar a sus acusados.

Claro está, el catolicismo era tan sólo una de las instituciones que impulsaban y legitimaban el método inquisidor. Detrás de él, el poder político hegemónico trabajaba de manera articulada con la iglesia generando una maquinaria de control político, social y económico, tan temida como despiadada. En el caso de Argentina, y particularmente de Santiago del Estero, el Santo Oficio operaba en conjunto con la colonización de la monarquía española. No obstante, la Inquisición enjuiciaba sólo a blancos, españoles o europeos, por lo que los indios nativos eran juzgados por tribunales ordinarios, que sin embargo utilizaban los métodos impulsados por esta doctrina.

En Santiago del Estero no existía un tribunal de la Santa Inquisición. Las centrales del Santo Oficio estaban apostadas en Cartagena de Indias, Lima y México. Conformadas por sacerdotes, colonizadores y “familiares del Santo Oficio”. Todos ellos gozaban de una serie de privilegios que hacían tentador ingresar en una organización casi sectaria, poderosa y temida.

Historias de Inquisición en Santiago

"E pur si muove"

Galileo Galilei


El suelo provincial fue testigo del accionar del brazo inclemente de la Inquisición. Los archivos históricos de la provincia revelan historias de escarnio público, de torturas y tormentos, de persecución y muerte. Quizás el más representativo de ellos es el de la india Lorenza, musa que impulsó la investigación de la historiadora Judith Farberman (que encontró numerosos procesos por hechicería iniciados en la provincia). Lorenza fue acusada junto a otra india conocida simplemente como Pancha, de ser la culpable por la enfermedad desconocida que aquejaba a la criada del alcalde.

Cómo este caso, existen otros. Innumerables procesos seguidos contra frailes y sacerdotes, pero principalmente contra indios y librepensadores. La hechicería, el encantamiento y cualquier práctica ajena a una cultura instaurada, era rápidamente castigada por una doctrina cuyos engranajes estaban aceitados a la perfección, prestos para acallar voces irreverentes.

El investigador local Luís Garay menciona otros casos relevantes. Entre ellos, destacan el del conquistador español Juan Ramírez de Velasco, quien quemó cerca de 40 mujeres acusadas de brujería al llegar a Santiago del Estero como gobernador. Otro hecho tiene lugar a principios del siglo XVII, cuando el inquisidor Francisco de Luna y Cárdenas, acusa a una criada india de envenenarlo. “Tenía el estomago lleno de fístulas… nosotros creemos que podría haber sido un envenenamiento provocado por la jana de la tuna”, explica Garay. El español, utilizaba un método de tortura que ni la cruel de las mentes podría imaginar. Ponía los dedos pulgares de la mujer en los percutores de las escopetas –el espacio donde se colocaba la pólvora- para luego dejar caer el mecanismo sobre ellos.

Había otro tipo de torturas más usuales, como el potro, el garrote y los ladrillos fríos y calientes. El escritor Raúl Lima, recuerda el caso de dos indias que por una enfermedad de su patrón son acusadas de brujería. “Terminan confesando, pero sólo para que dejen de martirizarlas. La tortura era un método legal e inhumano de indagar”, explica. El escenario de este espectáculo atroz, habría sido la plaza Libertad, un punto neurálgico de la capital provincial.

Incluso Francisco de Aguirre tuvo que vérselas con las autoridades inquisidoras. El fundador de la provincia fue detenido tres veces por el Santo Oficio, principalmente por el rechazo natural que sentía por el clero. “Es más útil un herrero que un sacerdote”, supo sentenciar, dicho que lo llevó a un juicio, en el que él tuvo que abjurar, para salvar la vida, como un Galileo Galilei vernáculo.

El modus operandis de la Inquisición incluía el secuestro, encierro y la confiscación de los bienes de las personas acusadas. Los mismos, eran encerrados en cárceles secretas, ubicadas generalmente en los sótanos de los conventos (no existe la constancia de la existencia de estos en Santiago). Los acusados podían sufrir dos tipos de condenas una leve y otra grave. La primera implicaba simplemente desdecirse, acto que permitía salvar la vida tras de un proceso que podía durar muchos años, y en los que uno era debía hacerse cargo de los daños que podría sufrir su cuerpo. Cualquier lesión, era responsabilidad del acusado, “por no decir la verdad al ser interrogado”.

La condena siempre se consumaba, si el acusado había muerto durante el proceso, se quemaba una estatua, y se dejaba en las iglesias un San Benito, a modo de prueba. El San Benito era una túnica con la que se vestía a los condenados. Por lo general, se encontraba hecha de un color fuerte y estampada con símbolos relacionados a la brujería y la hechicería.

Lo que fue, lo que es, lo que será

Cuáles son las consecuencias de que instituciones como el Santo Oficio o la propia colonización española hayan ocupado un lugar preponderante en la cultura de nuestra provincia -y, como es obvio, de Argentina- durante siglos.

Las huellas trazadas en los aspectos sociales de nuestro país e incluso de Sudamericana, son inmunes al olvido que propone el paso del tiempo. Y es que los procesos de la Inquisición, parecieran haber marcado el rumbo, trazando un camino que la historia de nuestro país volvería a recorrer.

Es simple entonces establecer un paralelismo entre las formas de enjuiciar, encarcelar y matar. El control descontrolado, la condena al pensamiento libre, la captura ilegal y el abuso del poder. Puntos comunes que bien podrían disparar una señal de alarma.

Y es que las similitudes, aterradoras, parecieran repetirse cíclicamente en un país donde la memoria se proclama pero rara vez se usa.

La historia manchada de sangre, sangre que tal vez haya sido limpiada del suelo en el que ahora mismo estamos parados.

"Si la libertad significa algo, será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente aquello que no quiere oír".

George Orwell, 1984

miércoles, 1 de octubre de 2008

Violencia light, asesinatos glamour

Tengo cierta debilidad por ver en la pantalla grande adaptaciones de historias nacidas en las páginas de una comic. Sin embargo, fui al cine a ver esta película frunciendo el ceño. Había leído la muy buena historieta de Mark Millar en el que se basó el guión, por lo que al ver los adelantos de la película ya preveía iba a tratarse de una adaptación libre y para nada estricta.

El primer pecado hollywoodense era obviamente la inclusión de Angelina Jolie en el papel femenino principal, teniendo en cuenta que el personaje de la historieta es una voluptuosa y despiadada fémina afroamericana, pero este, no sería sino un pequeño gran detalle, ya que mi principal temor radicaba en como iban a manejar los timoneles del largometraje la desmesurada, cruda y visceral violencia que surca la historieta.

Y claro, atentar contra la sensibilidad de un público demasiado susceptible no es una maniobra comercial muy recomendada, por lo que el resultado es una versión extremadamente diluida del comic original, en el que los pasajes más interesantes de la historia son extirpadas estratégicamente. Y es una verdadera lástima, porque la historieta es realmente genial, y muy original. Mark Millar es un guionista británico joven que ya ha demostrado con creces que puede jugar en primera, al dar vida a títulos de mucha calidad como “Superman: Red Son”, “The Authority” y la que es para mí, su obra maestra: “The Ultimates”. Sin embargo, “Wanted”, pareciera ser su hijo pródigo, la historia de un mundo donde todos los héroes fueron brutalmente asesinados por villanos organizados en un gremio cuyo poder asusta.

El espectador que no haya leído la historieta (porque, en honor a la verdad, mi visión estuvo siempre condicionada por la comparación) se encontrará con una película con violencia y acción a raudales, dos recursos no siempre bien utilizados y que en todo momento nos recuerdan a filmaciones pretéritas. Esa estética “matrix” instaurada desde la aparición de la taquillera trilogía, vuelve a decir presente, y particularmente, ya me tiene un poco cansado.

En cuanto al reparto, Angelina pareciera ser un apéndice de la asesina a sueldo de “Sr. Y Sra. Smith”, siempre se las arregla para disparar contra sus enemigos como si estuviese posando para el último número de Vanity Fair. Es adorable, de eso no hay dudas, pero creo que su elección para el papel fue otro cliché de los tantos a los que nos tiene acostumbrados Hollywood. El escocés James McAvoy es el protagonista principal y cumple sin demasiadas luces, lejos de ese actor que asombró a más de uno en “El Último Rey de Escocia”. El siempre cumplidor Morgan Freeman es en la película poco más que una figurita decorativa que no goza ni por asomo del carisma que Millar le otorga en la historieta.

El director ruso Timur Bekmambetov naufraga en su primera incursión por las aguas de Hollywood. Su auspicioso pasado no se deja ver en una película olvidable, donde la idea central de Millar se desdibuja con el correr 110 minutos eternos.