lunes, 26 de mayo de 2008

El hombre del látigo

No hay que ser la reencarnación de Orson Welles para percatarse que el principal interés de las súperproductoras es abarrotar sus nutridas arcas. Y es por eso que uno desconfía de las superproducciones. Es así. Los millones de dólares que se vuelcan en la realización de una película son directamente proporcionales al escepticismo del espectador medianamente ilustrado en materia cinematográfica.

Sin embargo, cuando dos íconos como Steven Spielberg y George Lucas deciden, tras 19 años, sacar de un rincón olvidado de su baúl de ideas a uno de sus personajes más exitosos para insertarlo nuevamente en una vorágine narrativa plagada de peligros y aventuras apasionantes, ese recelo es rápidamente sepultado por la expectativa.

Y es que eso es exactamente lo que generó Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal (Indiana Jones and the Kingdom of the Crystal Skull) cuarta entrega de las aventuras del arqueólogo que durante la década del 80, salvó al mundo en más de una oportunidad gracias a su peculiar talento para salir vivo de las situaciones más extremas, en los lugares más inhóspitos.

Realizada procurando respetar ciertos paradigmas de la vieja escuela, Spielberg no recurrió para su producción a artimañas digitales sino que siguió los caminos que conformaron las tres partes anteriores de la saga.

El resultado fue acción a raudales, a un ritmo vertiginoso que siempre es bienvenido en un film de acción y aventuras. Ninguna exageración es mal vista en estos casos, el personaje puede bien salir ileso de una explosión nuclear como hallar un tesoro arqueológico oculto durante centurias basándose en pistas encontradas por casualidad tras una pelea de proporciones inauditas contra salvajes miembros de la KGB. El espectador abandonó su derecho a cuestionar probabilidades, en el mismo instante que decidió comprar una entrada para ver una película del viejo Indiana.

El reparto sale bien parado tras los 123 minutos que propone la cinta. Cate Blanchett continúa demostrando una versatilidad admirable, que la hace caer de pie en cada una de sus interpretaciones. La australiana da vida a la villana de turno siguiendo al pie de la letra el manual de “individuo maligno comunista anti-norteamericano” que exige el universo Hollywood.

Y si de actores debemos hablar, lo de Harrison Ford es loable. El tabú que indicaba que ya se encontraba demasiado viejo para encarnar nuevamente al audaz arqueólogo fue rápidamente erradicado por una actuación destacable, que confirma el hecho que más allá de haber estado en el papel indicado en el momento preciso (como para interpretar a Han Solo en “Star Wars”, Richard Kimble en “El Fugitivo” y, por supuesto, Indiana Jones) es un actor cuyos dotes han creado un molde indispensable para crear un héroe de acción.

Spielberg entrega una película que cumple con creces su principal propósito, el de entretener. La acción se sucede incesante a través de un guión sin fisuras que dan forma a una película que dignifica al icónico personaje y demuestra que las apuestas altas, no siempre son infructuosas.

miércoles, 7 de mayo de 2008

Superhéroe hecho a medida

Las dos editoras de comics más importantes de los Estados Unidos, se embarcaron hace ya algunos años en una cruzada para llevar a la pantalla grande a sus personajes más representativos. Casi como en un juego de chicos, la apuesta comenzó a redoblarse entre ambas partes, y lo que comenzó con proyectos para reflejar las historias de los personajes más conocidos, terminó en una cadena interminable de películas protagonizadas por personajes cuyo conocimiento popular es nimio, o era.

Ese es el caso de Iron Man. Para el universo Marvel el alter ego de Tony Stark es definitivamente un héroe icónico. Sin embargo, no goza del conocimiento masivo que poseen personajes como Spider Man, Superman o Batman, encuadrándose dentro de un grupo de superhéroes ignotos, cuya aparición en el cine, era años atrás una quimera. Pero claro, la buena acogida que tuvieron películas como Los 4 Fantásticos, Punisher o Daredevil, sumado a la reciente incursión cinematográfica que emprendió el eterno competidor, la DC Comics, hacen que la Marvel vomite al mercado versiones y reversiones de todos y cada uno de sus personajes, de manera fordiana y sistemática. Los resultados están a la vista, y bodrios destacables de nuestros superhéroes favoritos pueden conseguirse hoy en DVD.

No obstante, entre tanta vorágine productiva, cada tanto uno encuentra un largometraje digno del personaje al que se eligió como figura central. Iron Man es un ejemplo categórico. La película sobre el multimillonario/genio/alcohólico/filántropo que se enfunda en una armadura de alta tecnología para luchar del “lado bueno” transcurre deslizándose sin altibajos a lo largo de sus dos horas de duración.

Y es que la cinta muestra todo lo que uno fue a ver. Dos horas de acción y efectos especiales, con un guión que no pretenda otra cosa que narrar el origen del personaje de la forma más amena posible, logrando un balance que conforme tanto al espectador ocasional como al fanático fundamentalista.

La elección de Robert Downey Jr. Para interpretar a Tony Stark no puede haber sido más atinada. Sumado a la incuestionable capacidad del actor para llevar adelante a uno de los personajes más carismáticos de la industria de la historieta, está el parecido físico notable entre el hombre en carne y hueso y el que desde 1963 desanda aventuras en un mundo compuesto por viñetas.

Así, y casi sin pensarlo, el actor que fuese nominado al Oscar por encarnar con peculiar maestría a Charles Chaplin, da vida a "Iron Man: el hombre de hierro", una nueva película de superhéroes que sin embargo no es una más, y que deja abierto con su final una puerta gigantesca para la producción de nuevos largometrajes sobre personajes de la Marvel Comics. La propuesta, tentadora como nunca, se apoya en la película más correcta realizada para ese sello en los últimos años y quizás en todo su peregrinar por la pantalla grande.